Me llamo Martín Sarmiento y de vez en
cuando me permiten escribir algunas cosas en este blog y colaborar con las
redes sociales, así que hoy quiero compartirles que pasaba en mi casa cuando
llegaba la navidad…
Cada 24 de diciembre mi mamá siempre
espera que sus hijos estén presentes en casa, intercambien regalos y
compartamos la cena de navidad. Y más vale que todos se animen.
Yo iba a ser el primer Sarmiento en rebelarse. Por ser el mayor
de tres hermanos y el artista de la familia, quería seguir mis propias reglas y
conocer nuevas tradiciones. Así que aquella navidad había decidido que la
pasaría con un grupo de colegas artistas en un campamento, por supuesto nadie
se alegró con la noticia. Por la forma en que protestó mi mamá, parecía que iba
a divorciarme de la familia, sin embargo me mantuve firme en mis planes, para
mi aventura navideña en Paipa - Boyacá.
Esa gran aventura era lo que yo podría
haber deseado, Allí había 25 o 30 artistas y era como en realidad lo había
imaginado. Me sentía como el estrafalario protagonista de una película
independiente. Al llegar la navidad, ya llevaba más de una semana en dicho
campamento. Ver cada atardecer ya me había aburrido, pero no se lo había dicho
a nadie.
Todas las personas se divertían de lo
lindo. Paseos por la laguna y whisky. Charlas inteligentes frente a la chimenea
y todos muy felices… menos yo. ¿Qué me sucedía? Era la fiesta decembrina que
siempre había soñado: sin el pesebre en el jardín de a casa, sin los
respectivos suéteres navideños que solíamos lucir gracias a mi mamá. Es más, la
gente allí ni siquiera decía “navidad” sino “fiesta” (que refinamiento).
Y entonces ¿por qué me sentía tan
triste?... finalmente telefoneé a la casa y contestó mi papá, que escasamente
escuchaba por el ruido de fondo de la fiesta de los artistas. Papá bajó el
volumen del disco navideño que estaba escuchando y me dijo que mamá se había
ido de compras con mis dos hermanos menores. Eso me lleno de furia, pues estaba
pasando una estupenda navidad sin mí.
En la mañana del 25 de diciembre,
aunque llovía a cántaros, apareció un paquete junto a la puerta de mi
habitación. En él estaba mi nombre con la letra manuscrita de mi mamá, levanté
el paquete como un niño de 5 años. Dentro venía una caja de Chocolates, mis favoritos con avellanas.
La sencilla tarjeta decía Feliz Navidad, te queremos.
Mientras iba comiendo mis chocolates, me
empecé a ver rodeado de mis amigos artistas… mi mamá había enviado un auténtico
regalo, el que más me gustaba (ella me conocía bien).
Y eso fue como un pequeño milagro
navideño, pues, cómo una pequeña caja de chocolates pudo alcanzar para tantos.
Recuerdo que les repartía a cada uno sobre sus manos y los comimos para
satisfacer un hambre de dulzura que sin saberlo, todos estábamos sintiendo.
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